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lunes, 20 de febrero de 2012

Un Recuerdo de Lydia Lamaison, por Diego Sabanés, director de "Mentiras Piadosas"


Cuando escribí el guión de “Mentiras Piadosas” transformé la “Tía en Dificultades” de Cortázar en la abuela de nuestra familia, y siempre pensé en Lydia para que la interpretara. El motivo era bastante caprichoso, un gusto de cinéfilo: Lydia había sido la madre de “La Caída” de Torre Nilsson, y yo quería que fuese mi abuela. Más todavía cuando el elenco se fue definiendo y la saga familiar se formó con Marilú como madre y Claudio, Paula y Walter como hijos. Hasta se podía hacer una lectura de la evolución del teatro y del trabajo de los actores siguiendo ese recorrido familiar.

Así que la contactamos y le mandamos el guión. Ella lo leyó y quiso conocerme. Me ofrecí a ir a su casa pero prefirió venir a la productora. Nos preocupaba que para entrar tuviera que subir una escalera larguísima de mármol pero nos contó que estaba acostumbrada porque vivía en un segundo o tercer piso por escalera, y que hacer ejercicio le permitía mantenerse en forma. El día de la cita subió los treinta y pico escalones y se sentó, menuda, con la espalda erguida, en un sofá que parecía enorme para ella. Todos la escuchábamos en un silencio ceremonial, como si la Virgen se hubiera manifestado de pronto en el jardín. Dijo que el guión le había gustado (“está muy bien escrito”, comentó con cierta solemnidad, como haciendo un diagnóstico) pero que pensaba que su personaje tenía pocos diálogos. “La letra es el pan del actor”, fueron sus palabras. “El personaje es simpático. Me divierte que tome a escondidas, que sea medio terrible con los chicos… y a mí me gustaría trabajar con Marilú. Si me das más letra, lo hago”.

Yo estaba feliz y por supuesto le prometí hacer los cambios. Pero al mismo tiempo no sabía qué le iba a agregar. El personaje justamente era casi mudo; apenas decía dos frases que salían del cuento (las dos únicas frases casi literales de toda la película). Ya el resto de la familia hablaba por los codos así que cómo justificar que la Abuela hablase más. Me junté con Alberto Ponce (el montajista) y revisamos todo el guión. Al final le quitamos algunas líneas de diálogo a la Madre y se las pasamos a la Abuela, lo cual nos llevó a repensar la relación entre ambas y definir el carácter de la madre de otra manera. Creo que el guión se enriqueció mucho con ese ajuste.

En los ensayos en Timbre 4 Lyida tenía su texto aprendido de memoria con exactitud prusiana. Empezaba a decirlo y se lanzaba, con la misma energía con la que caminaba entre cables y cajones en el rodaje, y todos íbamos detrás, con el temor de que se tropezara, como le pasaba a los personajes del cuento.

El día que rodamos sus escenas estaba en otro sillón enorme, con lucecitas arriba, porque en el guión había una fiesta. Todos nos sacamos fotos con ella. Varios actores que no actuaban ese día, vinieron de visita. Y cuando tenía que hacer su escena final, en la que tomaba a escondidas del pico de una botella de Hesperidina y salía con una tubo de flit a perseguir un conejo, recuerdo que me quedé mirándola desde el monitor, con todo el equipo al lado. Lydia estaba sola en el decorado, caminando de un lado a otro, esperando que yo diera el corte, como esperaba el resto del equipo. Y yo no decía nada. No quería interrumpirla, no quería que dejara de ser nuestra abuela. Y estiré ese momento hasta donde pude, hasta que Lydia abrió una puerta y nos encontró a todos ahí, agazapados, mirándola.

Esta mañana, con sus hiperkinéticos 97 años, Lydia dejó de actuar para nosotros. Brindo por ella, con una copita de Hesperidina.
Diego Sabanés

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