Rodolfo Carnevale es un joven director, talentoso y
audaz, que ha llevado a la pantalla imágenes de una realidad que no es fácil
digerir: la de las personas afectadas por una patología que es la más
devastadora del psiquismo humano: el Autismo.
La historia muestra los avatares de los vínculos
familiares afectados por una cruda exigencia de la vida, como lo es convivir
con alguien que sufre este grave padecimiento.
El Autismo es una patología que impide al sujeto
humano aquello que es condición y meollo de su inserción en la cultura: las
relaciones con el mundo, con las personas, con las cosas. Quienes lo padecen,
sobre todo si esto ocurre desde el principio de su existencia (como en el caso
de Pili, personaje que encarna la actriz Ana Fontán) están afectados en lo más
primordial de la comunicación humana: la falta del recurso del habla, la mirada
que evita y rehúye la solicitud del otro. Se trata de una mirada transparente, que
no se logra encontrar, que únicamente muestra –sin decir- el “no existir” para
nada y para nadie, la ausencia.
Los movimientos estereotipados, repetitivos, vacíos
de significación, de deseo, la torpeza motriz son el resultado de un cuerpo del
cual esa niña nunca se ha apropiado.
Encarnar este personaje es un desafío actoral de
los más complejos. Hay un modo de la identificación que es requisito en la
tarea del actor, un ponerse en la piel del personaje, que en este caso
encuentra condiciones de máxima dificultad: ¿como ponerse en el lugar de quien
no pudo construir un lugar en el mundo?
A pesar de ello, Ana Fontán consigue conmovernos en muchas escenas, a
través de un manejo corporal fiel a las características típicas del cuadro
autista. En este mismo sentido, es muy destacada también la actuación de
Ezequiel Rodriguez, encarnando el personaje de un joven afectado de Parálisis
Cerebral.
Ambos personajes requirieron un trabajo intenso de
compenetración con la realidad de las personas que padecen estas problemáticas.
Asimismo, el sufrimiento y los vaivenes emocionales
que les toca padecer a los familiares, se han transformado en imágenes
absolutamente representativas de la realidad, a través de las muy buenas actuaciones
de Patricia Palmer y Eduardo Blanco, en el rol de padres de la niña.
Rodolfo Carnevale nos transmite una experiencia,
inspirada en su propia historia de vida, por haberse criado junto a un hermano
autista. De esta manera, realizó una película que fue claramente producto de
la fuerza de un deseo propio. La difícil
tarea de los actores, contó seguramente con la energía de este deseo del director.
La película utiliza imágenes que evocan esa idea de
vacío, de ausencia, de nada, de “pozo” dentro del que se cae, como figuración
de un supuesto mundo imaginario del autista. No
obstante, considero que esta “caída” difícilmente pueda conducir a un País de
las Maravillas, pues en la mayor parte de los casos, el autista por si mismo, no
busca encontrarse con nada ni con nadie.
En cambio, es absolutamente imprescindible para que
alguna modificación se produzca en un niño autista, que ese deseo de encontrar
el “País de las maravillas” provenga de las personas más cercanas (familiares,
terapeutas, educadores, etc.).
Probablemente, este fue el deseo que inspiró al director
para realizar esta película, pero en la vida real, no es fácil que la familia
pueda propiciar esa posibilidad, si no cuenta con una adecuada ayuda
terapéutica.
Existen modos de intervenir por parte del sistema
de salud y educación en nuestro país, que no son los que han sido mostrados en
la película y que merecen ser tenidos en cuenta. Si bien el autismo ha sido
siempre un campo de controversias en el terreno científico, existe un trabajo
sostenido de investigación, de producción bibliográfica, de intervención
terapéutica, tanto en el terreno de la medicina como en el del psicoanálisis,
la psicología y la pedagogía. Hubo muchos avances en el terreno médico y
experiencias clínicas en equipos terapéuticos, de los que he formado parte, que
permitieron progresos importantes en muchos niños afectados por problemáticas
tan graves.
Quizás muchos de ellos no arribaron a ningún “País
de las Maravillas”, pero si han conseguido encontrar algún objeto que provocara
un deseo y encendiera su mirada: un muñeco, un peluche, o quizá una pequeña
estatuilla (como la que muestra la historia) que le habla y le dice que quiere jugar
con ella.
Como terapeuta, he tenido ocasión de ser testigo de
las primeras palabras de niños luego de meses o años de absoluto mutismo. Estas
cosas no ocurren por azar, o por amor, simplemente. Tienen un fundamento en la
intervención que muchos profesionales realizamos con chicos de estas
características. Producir progresos importantes en un niño autista, requiere de
una técnica sustentada en una teoría acerca de la constitución de un sujeto, al
que hay que ayudar a construir desde sus orígenes, alternando con la tarea de
contención y acompañamiento a la familia del paciente.
La película, cumple un cometido importante, en la
medida que consigue producir en el espectador una profunda reflexión acerca de
una realidad que cuesta figurarse.
Lic. Liliana
Ranieri
Psicóloga
M.N. 5462
Muy profesional el comentario de Liliana y seguramente estare viendo la pelicula ya que me ha llamado mucho la atencio la problematica. Sds, M.
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